Él murió el mismo día que olvidó su nombre.

Magdalena había Jurado amarlo hasta que su mente olvidará lo que es el amor, que era lo mismo olvidar la imagen de su amado. Pasaron años, ella espero pacientemente a que le salieran los pechos, a que sus caderas se ancharan, creció 10 centímetros más, cumplió con los más estrictos deseos de su amado. Era ya una mujer  y tan hermosa que podía satisfacer el sueño de cualquiera, pero ella se guardaba sólo para él.

Al ser mayor de edad intento un acercamiento, pero este estaba tan lejos que decidió seguir esperando su retorno. Sin imaginar que  jamás regresaría y que olvidaría su nombre y su rostro… y todos los juramentos que en la adolescencia se dicen con el afán de satisfacer al otro…

Él se había vuelto frío, calculador, manipulador, no era nada en comparación al hermoso joven de 17 años que conoció una primavera  en el patio central del colegio. Que se prometía como el mejor hijo, hermano, amigo, esposo,  padre… que soñaba con ser el hombre perfecto para complacerla. Y Magdalena soñó cada noche durante 10 años con esa imagen, creía que él seguiría siendo el mismo. La única diferencia serian los años demás. El entorno no importaba, las otras vidas que les acompañaban menos. Lo único que importaba era unirse al fin después de tanta espera.

Juntos planearon su futuro cuando eran pequeños. Estarían unidos eternamente. Y cada paso que dieran era por dos. Uno para si mismo y otro para su ser amado. Al inicio era inevitable sufrir por la distancia. Pero la paciencia (arma de doble filo) ayudaba en algo compensar el dolor provocado por la ausencia.

Ese día ella no lloró… ya lo había durante tantos años cada 3 de agosto como una tradición. Durante todo el año, ella desesperaba, se retorcía de sufrimiento cada vez que faqueaba, se daba un duchazo, cerraba los ojos y trataba de controlar su pena, escribía las tristezas del día en el retazo de una hoja que luego guardaba en un baúl Al llegar ese 3 de agosto ni bien caía la noche… Magdalena lloraba a mares, se encerraba en su habitación y leía las notitas que había escrito con sus manos temblorosas. Leía y lloraba, luego recordaba que pronto sería feliz. Y sonreía, en ese instante sus penas quedaban selladas. Al día siguiente estaba renovaba volvía a sus actividades con laboriosidad y entusiasmo.

 

Cuando oyó que la voz  de su amado le preguntó ¿quién eres? Quiso morir. Había esperando tanto ese momento. Tenerlo al frente oír su voz, palpar cada detalle de sus formas. Ya era un hombre. Alto, robusto, con la misma sonrisa perfecta. Pero la expresión de su mirada era otra, estaba lleno de tristeza mezclada con rabia. Era otro, ya no quedaba nada de la imagen perfecta que con recelo guardo en su banco de recuerdos.

 

Definitivamente era otro. Magdalena entendió que él la había olvidado y que ella debía con urgencia hacer lo mismo. Terminó por cerrar una larga etapa. Ese día quemó el baúl… no lloró, sintió que un ciclo ilusorio había acabado, que de cierta forma su corazón aguardaba porque eso pasara. Ya no quería seguir viviendo a la espera de alguien que jamás llegaría.

 

Él murió ese mismo día que olvidó su nombre. Y ella lo enterró en un baúl marrón. No volvió a evocarlo, menos sus recuerdos… pero esos ojos ya no eran los mismos. Se parecían a los de él llenos de tristeza y rabia. Me comentaron que se había vuelto, fría, calculadora y manipuladora  Me dijeron que estaba diferente. Pero al verla esta mañana me di cuenta que sigue siendo la misma. Solamente se le había apagado una chispita, y sé que pronto volverá a encendérsele otra.

Acerca de María Rumaja

Licenciada en Educación en la especialidad de Literatura. Poemas suyos aparecen en la Muestra de poesía joven Generación 2000?. Asimismo en revistas, plaquetas, antologías de Perú y Latinoamérica, así como en diversos blogs culturales. Tiene el libro de poesía inédito Confesiones de Medianoche.

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